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Poesía | La Satine


Tu amor siempre fue el niño amor,

el tierno amor adolescente de eres mi Garza

y mi Helena de Troya,

¡Y cuanto te quiero! y ¡Eres mi luna!

Pero yo nunca fui Helena. Yo nunca fui Helena y ni siquiera Penélope. Yo nunca fui ese tipo de princesa que espera sentada escuchando odas a su belleza. Porque yo era más la Satine, la Agripina. La Teodora de Bizancio que administraba y quebraba imperios con una palabra.

La dama de las nieves,

La Némesis moderna

Y la antigua Lilith. Porque yo era más la Salomé y exigía cabezas y exigía sangre y acción en los pactos. Exigía muestras de cosas imposibles y ahora me traes Saturno y mañana te pediré Júpiter. Todo fue divertido hasta que viste que mi guerra jamás acabaría porque yo era la guerra y la guerra era yo. Porque llevaba la polémica en las raíces y jamás me bastó la mera existencia. Y entonces venían los días torbellino en los que ponía el mundo del revés y escupía espumarajos y gritaba profecías como Casandra en sus peores rachas. Venían los días estándar en que lloraba como una niña que apenas piensa en imágenes y pataleaba como intentando apartar semejante carga, la nada, el sinsentido que es todo y la responsabilidad de andar con la cabeza erguida. Además tu ya sabías de mi estúpida manía de creerme la Gorgo en Esparta, la Cleopatra en Egipto,

la Rebeca de Winter y la peor de las Erinias, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Y a mí siempre me ha gustado ir a verte con los ojos de Medusa, con los pelos de Medusa y el lenguaje de Medusa. A ofrecerte rituales tentadores de pecados y manzanas donde sólo tu sabes paliar los días estándar, los días torbellino, la carga. Donde sólo tú sabes hacerme creer la diosa de la disputa, la Juana más loca de todas y la Medusa más Medusa que jamás haya visto la historia. Y en eso te doy la razón. Porque yo nunca fui Helena. Yo nunca fui Helena y ni siquiera Penélope.

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